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Foto del escritorAlejandro B. B.

Me siento deprimido, ansioso... Y además culpable por ello.

Cuántas veces habré escuchado esto directa o indirectamente en boca de alguno de mis pacientes. Es algo muy común, desgraciadamente, que no se toleren especialmente bien los problemas anímicos en la mayoría de entornos. Parece que actualmente existe una mayor visibilización de los problemas de salud mental, pero esto no es sinónimo de tolerancia, empatía o comprensión.


Muchas veces nuestros compañeros de trabajo, jefes, amigos e incluso familiares o pareja huyen de la impotencia que les supone lidiar con nuestro sufrimiento, habitualmente porque no saben ni están dispuestos a tolerar el suyo propio. Les asusta. No hay ninguna mala intención en ello, pero sí un daño evidente ya que esa falta de empatía e incapacidad de sostén y apoyo nos genera aún mayor malestar. El mensaje que llega es, de uno u otro modo: "no deberías sentirte así".


Es frecuente que, unida a la tristeza, apatía y cansancio aparezcan ansiedad, vergüenza y culpa. Cuando nos encontramos mal con nosotros mismos es difícil sentirnos cómodos con los demás, lo cual genera ansiedad, además de que, lógicamente, nos preocupa nuestra salud. La vergüenza surge del miedo a mostrarnos dañados, sufriendo, mal. Finalmente, la culpa es algo que acompaña a los estados de ánimo bajos y suele responder a unas relaciones familiares basadas en la exigencia y la intolerancia hacia ciertas emociones como la tristeza, el miedo o la angustia.


Entonces... ¿Por qué me siento así si todo me va aparentemente bien? Muchas veces, a pesar de tener un buen trabajo, amigos, una familia y una pareja que nos brindan estabilidad y sostén, nos sentimos mal. Esto nos provoca aún más culpa porque no entendemos qué puede estar causándonos dicho estado. Tenerlo "todo" no significa estar bien. Existen otros factores que se relacionan más con cómo nos vemos y qué necesitamos nosotros mismos y que quizá poco tienen que ver con un buen salario, una familia y una pareja.


Sentirnos realizados con lo que hacemos, sentirnos útiles y adecuados, suficientes, además de mantener una identidad sólida y contar con un proyecto de vida que satisfaga nuestras verdaderas necesidades no es algo sencillo. Muchas veces hemos puesto el "piloto automático" durante mucho tiempo sin poder pararnos a pensar qué estamos haciendo, por qué y si realmente es lo que deseamos. Otras, una pérdida -sea de un rol profesional o social importante, una desilusión grande, un fallecimiento o una ruptura- pone en jaque nuestra estabilidad y nos sume en un estado depresivo o ansioso.


En ocasiones, tener que lidiar con las pérdidas, atravesar el dolor inherente a las mismas y encontrarnos con algunas partes de nosotros mismos muy dañadas detiene en seco nuestro mundo. Es demasiado. El dolor es muy desagradable, pero parte inevitable de la condición humana. Poder enfrentarnos a él, si es necesario con ayuda profesional, será condición imprescindible para recuperar nuestra salud. Una depresión o problemas con la ansiedad son sólo el síntoma de que algo no va bien y necesitamos prestar atención a ciertos aspectos de nuestras vidas que podrían haberse desatendido por cumplir con otras obligaciones que hayamos antepuesto a nuestra salud.


En nuestra sociedad, tan ansiolítica y antidepresiva -como la define Lipovetsky-, es imperativo huir del malestar antes de que se presente. Pero esta es una carrera perdida; antes o después, el dolor siempre nos alcanza y, a menudo, cuanto más hemos intentado evitarlo, más fuerte nos golpea. Como recalco siempre, pedir ayuda es una respuesta saludable y puede ser un punto de inflexión en nuestras vidas. Si estás sufriendo, te animo a hablar de lo que sientes con tu entorno y, si es necesario, contactar con un profesional. No eres el único que se siente así y no hay nada de extraño, inadecuado o malo en ello.






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